Lecturas litúrgicas y sermón del P. Romo
(Nuevo sacerdote de la FSSP en Guadalajara, México)
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JMJt
Lectura de la 1a Epístola de San Pablo a los Corintios (15:1-10):
Hermanos: Os recuerdo el Evangelio que os prediqué y que vosotros habéis recibido y en el que perseveráis, por el cual alcanzáis la salvación; mirad, si lo conservaís como yo os lo prediqué, porque, si no, en vano lo hubierais abrazado. Yo os enseñé lo que aprendí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras: que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las mismas Escrituras: después fue visto por Pedro y por los once Apóstoles. Más tarde se manifestó a más de quinientos hermanos juntamente, muchos de los cuales viven aún, y otros han muerto ya. Aparecióse después a Santiago y a los demás Apóstoles; y últimamente a mí, que vengo a ser como un abortivo; porque soy el último de los Apóstoles; y ni aun de este nombre de Apóstol soy mercedor, porque antes perseguí la Iglesia de Dios. Pero por su gracia soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí.
Continuación del Santo Evangelio según San Marcos (7:31-37):
En aquel tiempo, saliendo Jesús de los confines de Tiro, vino por Sidón hasta el mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Lleváronle un sordomudo y le rogaron que le impusiese las manos. Mas Él, separándole de en medio de la multitud, puso los dedos en sus orejas; y con un poco de saliva, tocó su lengua; y mirando al cielo, arrojó un suspiro y dijo: Effeta, que significa: Abríos. Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y empezó a hablar bien. Y les mandó que no dijeran nada a nadie. Pero cuanto más les decía que callasen, más ellos lo publicaban y crecía su admiración diciendo: Ha hecho bien todas las cosas; Él ha hecho oir a los sordos y hablar a los mudos.
“Por su gracia soy lo que soy...”
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Es una gran alegría y honor celebrar mi primera misa dominical en México, en la tierra de Nuestra Señora de Guadalupe, en la ciudad de Guadalajara, con Uds, especialmente con los miembros de Una Voce México, que nos han apoyado mucho para poder venir aquí. Me llamo Padre Jonathan Romanoski, pero será más facil que me llamen “Padre Romo,” como me dicen mis amigos. Y por eso quiero reclamar el patronaje de Santo Toribio para mi ministerio sacerdotal aquí en Guadalajara. Fui ordenado recientemente en la fiesta del Sagrado Corazón por el Cardenal Castrillón Hoyos en los EEUU, como miembro de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, una sociedad sacerdotal fundada por Su Santidad Juan Pablo II para conservar y mantener las tradiciones litúrgicas antiguas. Y gracias a la invitación del Cardenal Juan Sandoval Íniguez ahora comenzamos con nuestro primer apostolado en México en la arquidiócesis de Guadalajara. Hasta que venga el superior de este apostolado en septiembre, cuando nos mudaremos a nuestra propria iglesia, vamos a celebrar la misa aquí con el permiso generoso de su reverencia el Padre Trinidad.
A partir de mi primera visita a Mexico hace unos años, siempre fue mi sueño trabajar algún día en este país, y particularmente en Guadalajara, donde quedé encantado de ver lo que permanece de la Cristiandad--una cultura que, aunque va disminuyendo, es más católica que muchas otras partes del mundo. Dicha cultura católica fue un regalo de la Madre de Dios, la Reina misma del cielo y de la tierra. Así leemos bajo la tilma--Non fecit taliter omni nationi, que quiere decir--No ha hecho así con ninguna otra de las naciones.
Y me encanta celebrar el rito de la misa de hoy, en la misma forma de culto que formó esta cultura, el rito que formó la vida espiritual de tantos sacerdotes, como San Felipe de Jesús, el Beato Miguel Pro, Santo Toribio Romo, San Padre Pío, y de hecho, todos los santos del rito romano desde la edad de San Gregorio Magno.
A partir de mi primera visita a Mexico hace unos años, siempre fue mi sueño trabajar algún día en este país, y particularmente en Guadalajara, donde quedé encantado de ver lo que permanece de la Cristiandad--una cultura que, aunque va disminuyendo, es más católica que muchas otras partes del mundo. Dicha cultura católica fue un regalo de la Madre de Dios, la Reina misma del cielo y de la tierra. Así leemos bajo la tilma--Non fecit taliter omni nationi, que quiere decir--No ha hecho así con ninguna otra de las naciones.
Y me encanta celebrar el rito de la misa de hoy, en la misma forma de culto que formó esta cultura, el rito que formó la vida espiritual de tantos sacerdotes, como San Felipe de Jesús, el Beato Miguel Pro, Santo Toribio Romo, San Padre Pío, y de hecho, todos los santos del rito romano desde la edad de San Gregorio Magno.
¿Pero porqué les digo estas cosas? ¿Para ensalzarlos, o para alardearlos? Al contrario, para que nos llenemos de humildad, porque el tema principal de nuestro rito antiguo, el tema principal de la Nación mejicana, de mi sacerdocio, y de nuestra fraternidad, nos es explicado por las lecturas de hoy. “Por su gracia soy lo que soy.”
La liturgia que celebramos hoy, es “la misa de siempre” que “no ha sido nunca jurídicamente abrogada,” como dijo Su Santidad Benedicto XVI. Él añade que “lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso [considerado como] perjudicial.” Este es el rito que él mismo celebró cuando vino a nuestro seminario todavía cuando era Cardenal, y que elogió como un gran tesoro de la Iglesia. Es entonces un regalo de Dios que recibimos por medio de nuestra Santa Madre Iglesia, que ni nuestros padres merecieron, ni nosotros, sino más bien lo recibimos para transmitirlo intacto, a las generaciones venideras, ya que es una expresión de la fe, o más bien la expresión más efectiva de la fe, como lo dijo el Papa Pío XI:
A la gente se le enseñan las verdades de la fe, a apreciar los gozos interiores de la religión, mucho más efectivamente a través de la celebración anual de nuestros sagrados misterios que a través de cualquier declaración oficial de las enseñanzas de la Iglesia. Tales declaraciones usualmente llegan a poca gente, y más a los fieles con educación que a cualquier otra persona; las fiestas de la Iglesia llegan a todo el mundo. Las declaraciones hablan sólo una vez; las fiestas hablan cada año—de hecho, por siempre.
He aquí la importancia de la sagrada liturgia, donde la ley de la oración establece eficazmente la ley de la creencia.
Así nos encontramos, como el surdomudo de hoy, delante de los sagrados misterios de la liturgia divina, en los cuales escuchamos mucho silencio, que llama la atención de ellos que la ven por primera vez, y aveces los pone incómodos. ¿Como entenderlo entonces? Es un silencio que habla, en que sólo Dios habla. Recuerden que San Elías no escuchó la voz de Dios sobre la montaña ni en los truenos ni los rayos, mas en el susurro de un viento suave, cual silencio nos enseña la verdad mas importante que Santa Catalina recibió en todas sus revelaciones, y ella escribió libros enteros en un estado de écstasis. Sobre todo, Jesús le dijo que la suma de todo que le reveló, lo más importante de recordar, era lo siguiente, que “yo soy el que soy, y tú eres lo que no es;” que somos más pasivos delante de Dios que activos; que sólo podemos alabarle, glorificarle, y amarle, en proporción al grado que recibamos su gracia y amor. Así esperaron los paganos de esta tierra sin la gracia de Dios, hasta que Jesucristo, el Dios hecho carne, les puso su dedo divino en sus oidos, y por un milagro palpable de la Virgen de Guadalupe, dijo “abríos,” y luego las aguas bautismales corrieron sobre la tierra seca, y esclavos de satanás fueron hechos hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina, por la gracia de Dios saltando a la vida eterna.
Y así debemos continuar imitando a Nuestra Señora, el modelo ejemplar de nuestra participación en la liturgia, con las manos juntas, en silencio al pié de la cruz, participando en el sacrificio de Jesucristo a tal grado que mereció el titulo de Correndentora. Esa es la manera más facil y profunda de participar en la sagrada liturgia, meditando sobre la verdad fundamental que Dios nos quiere comunicar—“Cristo murió por nuestros pecados.”
Así también recibí yo mi sacerdocio, pasando por las manos del Cardenal Castrillón, cuya gracia él recibió de las manos de sus predecesores, y ellos de los Apóstoles, y los Apóstoles de las manos sagradas de Jesucrísto mismo.
Y también nuestra Fraternidad recibió su aprobación como una sociedad de vida apostólica en la Iglesia, eregida gratuitamente por las llaves de San Pedro. Pero en ocasión de esta epístola, quiero decir un poquito más sobre nuestra fundación, ya que las palabras “tradidi quod et accepi,” “enseñé lo que recibí,” me recuerdan al Monseñor Marcel Lefevbre, quien tiene estas palabras sobre su lápida, y de quien nos separamos en 1988. Uno de sus consejeros, P. Josef Bisig, ahora el rector de nuestro seminario en los EE. UU., nos dio conferencias sobre nuestro origen en el seminario. Y de hecho, comenzó a explicar nuestra identidad con la persona del Mons. Lefevbre y su trabajo después del Concilio Vaticano II, tratando de conservar la misa que nunca fue abrogada. Nuestros fundadores recibieron a través de él, además de su formación, un gran amor por la misa, por la fe, y por la Iglesia. Fue también un ejemplo de humildad. Nos explicó el P. Bisig que cuando los sacerdotes y los fieles se reunían con él, y alguien haría brindis en su honor, profesando su gratitud, y su lealdad hasta la muerte, el Arzobispo se levantaría para corregirlos, diciendo que “yo soy solamente un hombre de la Iglesia, puedo errar. Si me equivoco, síguela a Ella y no a mí.” Así reconoció él su flaqueza y falibilidad.
Y así nuestros fundadores se sintieron obligados a concordar con este consejo, el momento en que él decidió consagrar obispos contra la voluntad del Santísimo Padre, un hecho que, si no me equivoco, jamás ha sido aprobado en la historia de la Iglesia. A veces algunos santos obispos consagraban obispos sin el permiso del Papa, pero nunca contra su voluntad. Es una cuestión, pues, teológica--de la unidad de la Iglesia--y no sólo canónica, ya que toca a la autoridad suprema que Jesucristo le encargó a San Pedro. Nuestros fundadores, pues, tomaron con mucho dolor una decisión de conciencia al apartarse de la Fraternidad de San Pío X, ya que estaban muy agradecidos por lo que recibieron del Mons. Lefevbre, pero con el único propósito de continuar su obra, de continuar la misa de siempre y la fé de siempre, permaneciendo adentro de la Iglesia de siempre, reconociendo que todo es una gracia que Dios le ha entregado a su Iglesia, la única arca de salvación, que, como dicen las Escrituras, es negra por los pecadores que están en ella, pero hermosa por su santidad intrínseca, que nunca podrá perder, que gaurantiza la conservación de la fe, la tradición y la liturgia hasta el fin del mundo. No lo digo en un espíritu polemico, pero sólo para decir que nuestra decisión de permanecer bajo el Santísimo Padre no fue un acuerdo de compromiso, sino al contrario, una decisión de tratar de conservar la tradición entera, con la única que la garantiza por siempre, nuestra Santa Madre Iglesia.
Así nos encontramos, como el surdomudo de hoy, delante de los sagrados misterios de la liturgia divina, en los cuales escuchamos mucho silencio, que llama la atención de ellos que la ven por primera vez, y aveces los pone incómodos. ¿Como entenderlo entonces? Es un silencio que habla, en que sólo Dios habla. Recuerden que San Elías no escuchó la voz de Dios sobre la montaña ni en los truenos ni los rayos, mas en el susurro de un viento suave, cual silencio nos enseña la verdad mas importante que Santa Catalina recibió en todas sus revelaciones, y ella escribió libros enteros en un estado de écstasis. Sobre todo, Jesús le dijo que la suma de todo que le reveló, lo más importante de recordar, era lo siguiente, que “yo soy el que soy, y tú eres lo que no es;” que somos más pasivos delante de Dios que activos; que sólo podemos alabarle, glorificarle, y amarle, en proporción al grado que recibamos su gracia y amor. Así esperaron los paganos de esta tierra sin la gracia de Dios, hasta que Jesucristo, el Dios hecho carne, les puso su dedo divino en sus oidos, y por un milagro palpable de la Virgen de Guadalupe, dijo “abríos,” y luego las aguas bautismales corrieron sobre la tierra seca, y esclavos de satanás fueron hechos hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina, por la gracia de Dios saltando a la vida eterna.
Y así debemos continuar imitando a Nuestra Señora, el modelo ejemplar de nuestra participación en la liturgia, con las manos juntas, en silencio al pié de la cruz, participando en el sacrificio de Jesucristo a tal grado que mereció el titulo de Correndentora. Esa es la manera más facil y profunda de participar en la sagrada liturgia, meditando sobre la verdad fundamental que Dios nos quiere comunicar—“Cristo murió por nuestros pecados.”
Así también recibí yo mi sacerdocio, pasando por las manos del Cardenal Castrillón, cuya gracia él recibió de las manos de sus predecesores, y ellos de los Apóstoles, y los Apóstoles de las manos sagradas de Jesucrísto mismo.
Y también nuestra Fraternidad recibió su aprobación como una sociedad de vida apostólica en la Iglesia, eregida gratuitamente por las llaves de San Pedro. Pero en ocasión de esta epístola, quiero decir un poquito más sobre nuestra fundación, ya que las palabras “tradidi quod et accepi,” “enseñé lo que recibí,” me recuerdan al Monseñor Marcel Lefevbre, quien tiene estas palabras sobre su lápida, y de quien nos separamos en 1988. Uno de sus consejeros, P. Josef Bisig, ahora el rector de nuestro seminario en los EE. UU., nos dio conferencias sobre nuestro origen en el seminario. Y de hecho, comenzó a explicar nuestra identidad con la persona del Mons. Lefevbre y su trabajo después del Concilio Vaticano II, tratando de conservar la misa que nunca fue abrogada. Nuestros fundadores recibieron a través de él, además de su formación, un gran amor por la misa, por la fe, y por la Iglesia. Fue también un ejemplo de humildad. Nos explicó el P. Bisig que cuando los sacerdotes y los fieles se reunían con él, y alguien haría brindis en su honor, profesando su gratitud, y su lealdad hasta la muerte, el Arzobispo se levantaría para corregirlos, diciendo que “yo soy solamente un hombre de la Iglesia, puedo errar. Si me equivoco, síguela a Ella y no a mí.” Así reconoció él su flaqueza y falibilidad.
Y así nuestros fundadores se sintieron obligados a concordar con este consejo, el momento en que él decidió consagrar obispos contra la voluntad del Santísimo Padre, un hecho que, si no me equivoco, jamás ha sido aprobado en la historia de la Iglesia. A veces algunos santos obispos consagraban obispos sin el permiso del Papa, pero nunca contra su voluntad. Es una cuestión, pues, teológica--de la unidad de la Iglesia--y no sólo canónica, ya que toca a la autoridad suprema que Jesucristo le encargó a San Pedro. Nuestros fundadores, pues, tomaron con mucho dolor una decisión de conciencia al apartarse de la Fraternidad de San Pío X, ya que estaban muy agradecidos por lo que recibieron del Mons. Lefevbre, pero con el único propósito de continuar su obra, de continuar la misa de siempre y la fé de siempre, permaneciendo adentro de la Iglesia de siempre, reconociendo que todo es una gracia que Dios le ha entregado a su Iglesia, la única arca de salvación, que, como dicen las Escrituras, es negra por los pecadores que están en ella, pero hermosa por su santidad intrínseca, que nunca podrá perder, que gaurantiza la conservación de la fe, la tradición y la liturgia hasta el fin del mundo. No lo digo en un espíritu polemico, pero sólo para decir que nuestra decisión de permanecer bajo el Santísimo Padre no fue un acuerdo de compromiso, sino al contrario, una decisión de tratar de conservar la tradición entera, con la única que la garantiza por siempre, nuestra Santa Madre Iglesia.
Madre de la divina gracia: ruega por nosotros.
AMDG
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