No te imaginas como me he tomado en serio esto de ahondar en nuestra tradición católica. Tengo serias preguntas sobre la autoridad de la iglesia (de la cual nunca dudo y nunca espero dudar), especialmente en lo que respecta a las traductiones de la Biblia. Estuve mirando los documentos pontificios sobre la Nueva Vulgata y todo lo relacionado, y no veo que sea antitética a la Vulgata antigua. No podríamos decir que que, en el fondo, el motivo de la iglesia en traducir de nuevo la Vulgata es es un deseo de buscar la verdad y una mayor presición en la tradución? Cuando San Jerónimo tradujo la compuso su Vulgata tradicional, él no contaba con los originales hebreos que han sido preservados en Palestina (entre ellos los rollos del Mar Muerto), sino con los que el Vaticano tiene (sobra decir que el Codex Vaticanum es uno de los más antiguos y más fieles documentos).
Como sea, lo que a mí me mueve es una profunda confianza en el Magisterio y en lo que el Magisterio aprueba. Si el Magisterio toma una decisión sobre algo, no esta allí actuando también el Espiritu Santo dirigiendo su Iglesia?
-Es cierto que la iglesia tiene poder para autorizar traducciones bíblicas. Yo no digo que le sea ilegítimo al papa aprobar una nueva traducción latina de la biblia. Yo lo que digo es que la Vulgata antigua todavía permanece siendo preferible a la vulgata nueva por su conexión íntima con la tradición de la iglesia. En otras palabras, la Vulgata tradicional, aunque quizás no sea la más perfecta gramaticalmente o la más elocuente en su latinidad, sin embargo es la que ha sido sancionada por el uso de la iglesia desde tiempo inmemorial. Tanto en la liturgia como en los documentos de la iglesia, tanto en sermones como en la exégesis, tanto en los tratados de filosofía y teología como en las obras ascéticas y piadosas de los santos—en toda la vida de la iglesia a través de los siglos la Vulgata antigua de San Jerónimo ha sido el texto normativo de las Sagradas Escrituras. Como dicen: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus. La Vulgata antigua está, por así decirlo, grabada en la memoria del Cuerpo Místico de Cristo.
Así que por eso es que lamento el que la iglesia haya decidido sustituir su uso milenario de la Vulgata antigua por el uso de la Vulgata Nueva, que, aún si no sea incorrecta, no tiene el respaldo de la tradición como lo tiene la Antigua. (Aún cuando el papa Pío XII aprobó su nueva traducción de los salmos en 1945, él lo hizo muy claro que el salterio de Jerónimo—el que llamamos “galicano”—sigue siendo el normativo y que el oficio divino se podía seguir diciendo con dicho salterio.)
También muchos dicen que, aunque todo esto sea cierto, es necesario hechar la Vulgata al lado y utilizar una nueva traducción en la liturgia, en los documentos eclesiásticos, etc., porque la Vulgata contiene errores de traducción, o que su latín sea inadecuado, o que no toma en cuenta los descubrimientos archeológicos y filológicos más recientes, o que su selección de manuscritos es pobre, etc. Pero el problema es que el mismo Concilio de Trento ya declaró que la Vulgata (Clementina) es la traducción auténtica de la iglesia Romana:
Considerando además de esto el mismo sacrosanto Concilio, que se podrá seguir mucha utilidad a la Iglesia de Dios, si se declara qué edición de la sagrada Escritura se ha de tener por auténtica entre todas las ediciones latinas que corren; establece y declara, que se tenga por tal en las lecciones públicas, disputas, sermones y exposiciones, esta misma antigua edición Vulgata, aprobada en la Iglesia por el largo uso de tantos siglos; y que ninguno, por ningún pretexto, se atreva o presuma desecharla.
Así que: Roma locuta, causa finita. Y por lo tanto, ese argumento que dice que la debemos hechar a un lado es inadecuado, no importa qué—aún si sea verdad que la Nueva Vulgata tome en cuenta manuscritos antiguos que San Jerónimo no haya conocido. (De todas maneras San Jerónimo, que vivio en el cuarto siglo, tambien toma en cuenta muchos manuscritos muy antiguos en su Vulgata que desde entonces se han perdido, y que, por lo tanto, los creadores de la Nueva Vulgata no conocieron.)
Además, Jeronimo conocía su latín de una manera muchísimo más perfecta que cualquiera de nosotros en nuestra época somos capaces de conocerlo, pues Jerónimo lo vivió directamente, como su lengua materna. (Igual que tú conoces tu español de una manera que ningun americano, no importa cuánto español aprenda, jamás lo conocerá.) Por lo tanto, nosotros no podemos juzgar que su latinidad sea inadecuada. Cuando miramos la Vulgata, lo que a algunos de nosotros hoy nos parece un latín inadecuado, o simplemente una mala selección de variantes de manuscritos, es en realidad sea una latinidad perfectamente adecuada y una selección perfectamente lógica de un santo que trabajo bajo la inspiración de Dios—y cuya erudición es incuestionable.
Sancte Hieronyme, ora pro nobis!